El cuidado de la semilla
Por: Nde Tr'eje
Desde que los primeros pueblos se asentaron en los
territorios que actualmente habitamos, buscaron maneras para alimentarse y
nutrir sus cuerpos físicos y espirituales. Uno de esos elementos alimenticios
que persisten hasta nuestros días es el maíz. Esta semilla, desde la época prehispánica
hasta nuestros días, forma parte fundamental de la identidad de nuestras
comunidades. Pues aparece en varios mitos que explican el origen de nuestra
existencia, algunas narraciones de tradiciones mesoamericanas creen que
nosotros venimos del maíz.
Por lo tanto, no es de esperarse que, para nuestras abuelas y abuelos, sea un elemento sagrado al cual se le debe de tener respeto. Cuando éramos niños, nuestra madre nos decía que no jugáramos con el maíz, porque probablemente, en la siguiente cosecha, las energías sagradas se enojarían y no tendríamos suficiente semilla. El hecho de que tan prospera sea un ciclo de siembra es importante para las comunidades, ya que de ahí, no solo dependemos nosotros, sino también animales y las próximas generaciones.
Esto se debe a que, en cada uno de los granos, también se
guarda la memoria de las ancestras y ancestros, de las futuras infancias. Cada
que sembramos la milpa, recordamos la vida de quienes habitaron el territorio
antes y quienes además nos heredaron el conocimiento para coexistir con todo
aquello que nos rodea. Por ello, el ciclo agrícola es tan importante en la
cosmovisión de los pueblos originarios, tanto así, que varios calendarios se
desarrollan en relación con las temporadas de siembra y cosecha.
Sin embargo, pese a esos problemas, nuestras abuelas y
abuelos resisten y siembran. Siembran con su propia semilla, sin necesidad de
introducir transgénicos, porque ellos saben cuan valioso y sagrado es este alimento
que ha visto crecer a generaciones y qué verá morir a otras más.
Fotos y redacción: Nde Tr'eje
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