Cuando las nubes y los cerros se abrazan
Por Nde Tr'eje
Después de las lluvias, cuando la tierra aún exhala vapor y las hojas resplandecen bajo el peso de las gotas, las nubes regresan a las cimas de los cerros como si buscaran consuelo en su abrazo. No llegan con la furia del aguacero que las precedió, sino con la calma de quien retorna al hogar. Envueltas en un silencio espeso, se deslizan sobre las montañas con una suavidad que bordea lo sagrado, cubriéndolas como un manto blanco y tibio que sana las heridas del agua.
Los cerros, oscuros y saturados por la lluvia, parecen respirar bajo esa bruma. Desde lo alto, las nubes no solo envuelven la cima; se funden con ella. La línea entre cielo y tierra se borra, creando un paisaje donde todo es neblina, susurro y humedad. Es un momento de pausa que sigue al estruendo: el trueno ya no ruge, el viento se ha aquietado, y la naturaleza queda suspendida en una calma absoluta.
Este abrazo de nubes no es solo visual; se siente en el cuerpo. El aire es frío, denso, y huele a tierra recién mojada, a hojas secas, a vida que renace. Las gotas que aún caen de los árboles no son lluvia: son suspiros que quedaron colgando, testimonios del diluvio pasado. Las nubes, al abrazar los cerros, traen consigo una sensación de reconciliación, como si el cielo, tras su rabia, pidiera perdón acariciando lo que antes golpeó. Desde los valles, mirar hacia arriba es como observar un mundo aparte. Las montañas, normalmente imponentes y majestuosas, se ocultan bajo una capa de misterio. Sus formas se difuminan, y uno se pregunta si acaso no estarán flotando, suspendidos en esa inmensidad gris penetrante. Es un paisaje de transición, donde la claridad aún no ha llegado, pero el caos ya ha pasado.
Los pueblos que viven cerca de los cerros reconocen ese momento. Saben que tras ese abrazo de nubes vendrá la bonanza, el crecimiento del maíz, la creciente en las barrancas. Para ellos, ese manto no solo embellece, también promete. Porque la nube que abraza no solo cubre: también nutre, también bendice. Así, luego de las lluvias, las nubes no se alejan: regresan para cuidar, para calmar, para envolver con ternura las viejas cimas, como una madre que vuelve para arrullar al hijo dormido.Fotos y redacción: Nde Tr'eje
Comentarios
Publicar un comentario